viernes, 28 de octubre de 2011

¿Qué Universidad quiero?

Seguramente el verdadero problema es que no queremos una única Universidad, el problema es que queremos distintas Universidades. Cada una de ellas deberá dar respuesta a las diferentes necesidades que esperan cubrir los distintos agentes implicados: los docentes, los investigadores, los estudiantes, los gobiernos, las empresas, la sociedad,…

Pero además, de las relaciones establecidas nacen nuevas necesidades: qué necesitan los docentes de los estudiantes, los estudiantes de los docentes, los investigadores de las empresas, las empresas de los investigadores,… y finalmente qué necesita la sociedad de la Universidad.

Si todo esto no generaba ya el suficiente ruido… sumemos más: además las universidades (al menos una gran parte de ellas) son administraciones públicas. Más que sumar este hecho resta. El lenguaje de la docencia y de la investigación se entremezcla con la jerga administrativa: rígidas estructuras, funcionarios, empleados públicos, ventanillas, normativas, procedimientos administrativos, burocracia,…

¿Todas estas necesidades convergen en la institución que hoy representa la Universidad? No creo. La receta de este gazpacho ha sido elaborada quizá sí por los mejores chefs, pero sin seleccionar los ingredientes adecuados y sin tener en cuenta quién se iba a sentar a la mesa. Esto ha producido una tremenda desafección con esta institución no sólo entre los principales protagonistas (los estudiantes) sino también entre la sociedad en general que se pregunta: ¿para qué (nos) sirve nuestra Universidad?, ¿qué beneficio obtenemos de ella?, ¿cuál es su verdadero papel?

La Universidad es el centro del conocimiento, del saber, que tiene la obligación de mejorar lo que la sociedad pone en sus manos: parte de su futuro. Y para ello la sociedad le presta lo mejor que tiene: su potencial humano (y otros recursos, claro). Así que la Universidad debe responder a este desafío. No se trata de alimentar egos, ni de licenciar patentes, ni de producir investigación, ni de impartir docencia,… se trata de algo más. Pero, ¿cómo saber qué es ese algo más?

Sin duda uno de los aspectos más importantes para conectar de nuevo a los diferentes agentes de este “negocio” es la participación. Salvo excepciones, la Universidad ha dejado de ser el foro donde se escuchan todas las voces. Y subrayo el verbo “escuchan” y subrayo el adverbio “todas”. En la Universidad se habla, y mucho, pero se escucha poco. Debemos empezar a monitorizar a nuestros clientes (aunque el término suene muy mercantil) y a nuestros usuarios y, una vez analizados los mensajes, emprender las acciones que nos demandan de forma más ágil y precisa. Esto requiere un cambio de paradigma, porque la actual fórmula de crear órganos de gobierno, estructuras administrativas o comisiones de pensadores que elaboran informes de situación no ha funcionado. No se trata de crear los espacios donde hablar, sino de escuchar allí donde se está hablando.

¿Y dónde se habla? Pues, en las cafeterías, en las bibliotecas, en los pasillos de las Facultades, en las aulas, en las tutorías, en los despachos de los docentes, en los laboratorios de investigación, en los puestos de trabajo del personal de administración y servicios, etc. Y, por supuesto, se habla en las redes sociales, en la Red. Y nos estamos perdiendo toda esta información, dando por sentado que los distintos Vicerrectorados, los Consejos Sociales, los Defensores Universitarios, los múltiples Colectivos Universitarios,… son los únicos vehículos válidos para llevarnos a la excelencia.

La Universidad se ha convertido en una vieja y pesada máquina que no sólo ha dejado de ser eficiente, sino que está incluso dejando de ser eficaz. Una institución que ha copiado modelos de gobierno que ahora la sociedad pone en cuestión.

La Universidad genera oficialmente cada día cantidad de contenido, cantidad de debate, cantidad de discusión,… Todo ello generado por gente de talento (reconocido o en formación). Muy poco de este contenido, debate o discusión tiene como leitmotiv ¿Qué Universidad quiero?

Quizá se debería empezar por aquí: obligando a que cada uno de los miembros de esta Comunidad reflexione y responda a esta interesante pregunta con sinceridad y que se vean obligados, además de identificar los problemas, a aportar soluciones innovadoras e ideas frescas.

La propuesta es ésta: que cada miembro de la Comunidad se vea en la obligación de responder la pregunta que abre este artículo. Y que se responda en los exámenes de acceso a la Universidad (así le daríamos una utilidad a la Selectividad), en los seminarios que se impartan, en las líneas de investigación que se emprendan, en los grupos de mejora que se creen entre el personal de administración y servicios, etc. Y que todo esto finalmente se recoja, se compile y se ponga en práctica. Por supuesto, en esta compilación deberíamos primar qué se aporta y no quién lo aporta… porque las buenas ideas no suelen ser el resultado de mayorías cualificadas.